Esther Díaz
¿Acaso no es el cientificismo un miedo al pesimismo y una escapatoria frente a él?, se pregunta Nietzsche, en El nacimiento de la tragedia. Se impone aclarar que “pesimismo”, en este contexto, no tiene connotaciones negativas ni peyorativas; ya que Nietzsche concibe un pesimismo de la fortaleza, una predilección intelectual por las cosas duras, horrendas o problemáticas de la existencia. Esa predilección surgiría de una salud desbordante, de una plenitud de vida que, según el filósofo, imperaba entre los griegos arcaicos, gracias a una energía dionisíaca que impulsó -entre otras cosas- el nacimiento de la tragedia [i]. Por el contrario, los griegos posteriores, es decir los griegos clásicos, trocaron el pesimismo en jovialidad o serenidad (Heiterkeit). Esta jovialidad desencadenó la muerte de la tragedia, la desaparición de Dioniso por medio del socratismo de la moral, por medio de la dialéctica, por medio de la teoría. La jovialidad es la tonalidad que acompaña el declive de los instintos. Su disolución. Tal es la convicción nietzscheana.
1. LA VIDA, LA MUERTE Y LA CIENCIA
La escritura de Nietzsche tiene la virtud –buscada por cierto- de crear perplejidad en el lector. Pero esa escritura, a su vez, es rica en claves que permiten otorgar sentido a los intrincados laberintos, a las múltiples contradicciones y a los acuciantes dilemas con los que enfrenta al lector . En esta oportunidad me referiré a la aparente contradicción que existe entre una afirmación que Nietzsche hace en las primeras páginas de El nacimiento de la tragedia y el contenido de la obra. La misma se editó por primera vez en 1871, y en su tercera edición (1886) el filósofo le agregó una introducción que tituló “Ensayo de autocrítica”[ii].
En esa introducción se dice que la tarea de El nacimiento de la tragedia es dilucidar el problema de la ciencia y que esta obra plantea un problema nuevo, inédito hasta entonces, el de la ciencia concebida como problemática, como discutible y –aunque aquí no se dice explícitamente- se podría agregar “como decadente”. Pues la ciencia decadente sería la contracara de la gaya ciencia, del saber dionisíaco, desprejuiciado, “desmoralizado”, libre[iii]. Esa contracara es la ciencia occidental, moderna y positivista, autoreconocida como universal y como depositaria exclusiva de la verdad. La ciencia moderna entonces sería decadente en tanto excluye las verdades que no se rigen por los estrictos parámetros lógico-racionales exigidos por la tradición ilustrada. La ciencia alegre, en cambio, sería afirmativa (esto es no decadente) porque en ella se reafirma la vida, se desecha la culpa y se promueve la libertad.
Considero que el acontecimiento fundamental de El nacimiento de la tragedia es la reflexión sobre la vida y la muerte. La vida en tanto productora de individuaciones y la muerte como establecedora de unidad. El resto del contenido explícito del libro es circunstancial o, dicho de otra manera, está al servicio de la reflexión acerca del comienzo y del fin de los ciclos vitales. En este contexto son circunstanciales Wagner, Schopenhauer o el renacimiento del mito germánico; como también lo son los griegos, sus dioses, sus poetas y sus filósofos. Pero además de la vida y de la muerte existe en El nacimiento de la tragedia otro tema privilegiado del que casi no se habla, pero que se impone desde los límites marcados por el texto. Se trata de la ciencia. Pues la concentración de este texto, su densidad conceptual, proviene de la delimitación que se establece entre el territorio del arte y el de la ciencia[iv].
Mejor dicho, Nietzsche, al señalar que el arte es el último reducto de Dioniso está dejando al descubierto los límites de la ciencia; porque ella comienza allí donde termina el arte. Las regiones apolíneas lindan con las dionisíacas. Esta sería una explicación posible (una interpretación, por supuesto) de la afirmación nietzscheana acerca de El nacimiento de la tragedia como acceso a una comprensión profunda de la problemática de la ciencia, porque “el problema de la ciencia no puede ser conocido en el terreno de la ciencia”[v].
2. LAS CONDICIONES DE POSIBILIDAD HISTÓRICAS DE LA CIENCIA
El método seguido por Nietzsche es retomado por Michel Foucault no solamente en su etapa genealógica (reconocidamente nietzscheana), sino también en sus obras arqueológicas. Hacer arqueología filosófica es –para Foucault- estudiar las condiciones de posibilidad históricas de algún acontecimiento desde “afuera” de ese acontecimiento. En el caso de la ciencia (o de algunas disciplinas científicas), se trataría de estudiar su historia externa para que se revele su historia interna, su estructura epistémica, su núcleo racionalizante.
Los libros inscriptos en la etapa arqueológica de Foucault son Historia de la locura, El nacimiento de la clínica, Las palabras y las cosas y La arqueología del saber[vi] . Se suele considerar este período de la obra del filósofo francés como “pre-nietzscheano”. Foucault mismo ha dicho que su lectura sistemática de Nietzsche es posterior a los libros aquí citados. No obstante, considero que Nietzsche y su método estaban presentes ya en esta etapa temprana de la obra de Foucault, fundamentalmente en El nacimiento de la clínica y Las palabras y las cosas; donde se desarrolla, desde la investigación empírico-social y filosófica, la idea nietzscheana de genealogía; o, dicho con un término acuñado por Jacques Derrida, la idea de deconstrucción[vii].
Nietzsche tuvo la intuición profunda de la ciencia como acontecimiento surgido desde las relaciones de poder. Y tuvo la intuición de que los límites del arte están establecidos por la racionalidad, la formalización, la lógica que circunvalan los sentidos, el deseo, la materialidad propia del arte. La racionalidad científica sería el límite rocoso contra el que se estrellan las tumultosas olas del arte. Estos tumultos reafirman la vida, la ciencia moderna la disecan, es decir, la formalizan.
Nietzsche vislumbró conceptualmente el origen, a veces inconfesable, de aquellos conocimientos que nuestra cultura considera serios, incontaminados, sólidos, esto es, científicos. Foucault, en cambio, partió de investigaciones empíricas y las reconvirtió en conceptos filosóficos. Nietzsche arrojó sus ideas como dardos danzarines, Foucault las desplegó a través de los archivos, los testimonios, los documentos, los monumentos. Es como si Nietzsche construyera los conceptos y Foucault los “demostrara” históricamente. Foucault produce ilustraciones de algunos conceptos nietzscheanos. Ilustra, por ejemplo, el surgimiento de las ciencias sociales a partir de prácticas que, en primera instancia, parecería que no tienen nada que ver con la ciencia, tales como el encierro, la vigilancia y el castigo. Al hablar de ellos, Foucault está mostrando los límites de las ciencias sociales, así como al hablar de los mitos griegos, Nietzsche muestra los límites de la racionalidad occidental en general.
Los conceptos y los objetos científicos interactuan con los sujetos epocales. Pero como forman parte de un caleidoscopio histórico, en cualquier momento pueden variar. Esas variaciones son las que permiten que los conceptos, los objetos y los sujetos (éstos últimos, en tanto auto-representación histórica) puedan llegar a desaparecer, como desaparece en los límites del mar un rostro dibujado en la arena[viii].
Esther Díaz
[i] Véase Nietzsche, F., El nacimiento de la tragedia, Madrid, Alianza, 1980.
[ii] Ibidem, Introducción de Andrés Sánchez Pascual y “Ensayo de autocrítica”, pp. 7 a 39.
[iii] Véase Nietzsche, F., La gaya ciencia, Madrid, Los grandes pensadores, 1984.
[iv] Mutatis mutandis, ocurre algo similar con lo que produce Ludwig Wittgenstein en el Tractatus logico-philosophicus (Paris, Gallimard, 1961), la diferencia es que Wittgenstein se refiere específicamente a las proposiciones lógico-científicas y a los hechos del mundo, pero lo realmente importante para este filósofo (la ética, la estética y el sentido de la vida) se encontraría más allá de los límites mismos de los temas tratados en su libro.
[v] Nietzsche, F., El nacimiento de la tragedia, o.c., p.27.
[vi] Véase Foucault, M., Historia de la locura en la época clásica, México, FCE., 1976; El nacimiento de la clínica, México, Siglo XXI, 1966; Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI, 1968; y La arqueología del saber, México, Siglo XXI, 1970.
[viii] Esta expresión está tomada del final de Las palabras y las cosas (o.c.) y se refieren al “hombre” como objeto de estudio de las ciencias sociales, el cual así como surgió de una cambio reciente de episteme (ocurrido a partir del siglo XVIII), puede desaparecer del campo de la ciencia tan pronto como ésta (u otro tipo de saber) construyera otros objetos que ocuparan el volumen histórico-cultural que actualemnte ocupa el estudio de lo humano.